sábado, 7 de diciembre de 2013

Sweet Blasphemy





Las palabras las carga el diablo, como las armas. Por eso, desde siempre, el hombre las ha usado con cuidado, no fueran a explotarle entre las manos. O entre los labios, para ser precisos.
Nunca hasta ahora, no obstante, el miedo a las palabras ha sido tan evidente ni tan exagerado el tacto con el que se utilizan; no sólo entre los personajes públicos, sino también entre la gente anónima, arrastrada por
aquéllos a un lenguaje que no solo no es suyo, sino que muchas veces ni entiende.
Lo que provoca situaciones que en ocasiones rozan lo histriónico, cuando no entran directamente en la condición de humor.

En resumidas cuentas, y tal como estan las cosas, lo mejor es no hablar en publico y, si uno se ve en la obligacion de hacerlo, utilizar las palabras como hacen todos: como peligrosas armas de las que la sociedad sospecha  y no como convenciones de un instrumento inocuo y maravilloso, el lenguaje, que sirve para comunicarnos. O servía, por lo menos, cuando la gente tomaba leche entera y vivíamos sin tantos complejos como ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario