sábado, 10 de septiembre de 2011

En la cripta.

Era un sonido impío, uno de esos insidiosos ultrajes de la naturaleza que no tienen razón de ser. Calificarlo de lamento opaco, de gemido de un condenado, o de un aullido desesperanzado en que se aunaban la angustia y el dolor de una carne sin mente, no habría bastado para describir su calidad esencial de repugnante ni para explicar el espanto que despertaba en el espíritu. Procedía de algún lugar indeterminado y siguió oyendolo mientras llegaba al pie de la escalera y proyectaba la luz de su linterna sobre las paredes de un pasadizo cubierto de cúpulas ciclópeas y taladrado por numerosos arcos negros.
El vestíbulo en el cual se hallaba ahora tenía unos catorce pies de altura y unos diez o doce de anchura. El pavimento era de losas toscamente talladas y las paredes y el techo de mamposería revocada. Era imposible calcular su longitud, pues se prolongaba hacia delante hundiéndose en la oscuridad. Algunos de los arcos tenía una puerta de tipo colonial mientras en otros carecían de ella... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario