"Somos simples sombras que nacen y mueren porque sí."
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Lo poseíamos todo, pero no teníamos nada; caminábamos directamente hacia el cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, solo es aceptable la comparación en grado superlativo.
Qué hecho tan maravilloso, y digno de reflexionar, es que cada uno de los seres humanos constituyen un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, me veo en la necesidad de pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto, que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que late más cerca de él. Es algo pavoroso, que recuerda incluso a la muerte. Pues llega un momento en el que ya no puedo pasar las páginas de ese libro secreto, que vagamente quiero leer.
Un momento en el que ya no distingo el fondo de estas aguas insondables, donde momentáneos destellos de luz me han ayudado a distinguir tesoros ocultos y otros objetos sumergidos. Es la inexorable consolidación y perpetuación del secreto que siempre guarda la individualidad, y que yo llevaré en la mía hasta el final de mis días.
¿Me son más inescrutables los dormidos ocupantes de los cementerios de esta ciudad por la que paso que sus presentes y activos habitantes, en su más íntima personalidad? ¿Lo son más que yo a ellos?
A veces presiento que mi alma está en la zona más profunda del océano, bajo las sombras de un temor que me ahoga hasta no llegar a recordar su nombre. Pues llega un momento en el que ese dolor al sentir la nostalgia de su espacio vacío no me deje pensar más alto.
Convirtiéndose en un torbellino de palabras; aflorando como una tormenta eléctrica que recorre cada recoveco de mi ser. Sin más preámbulos, esta angustia se transforma en rayos de sol, quemando aquellos pétalos de rosa, haciéndolos arder hasta provocar una bola de fuego; en la cual cada llama de fuego esconda un sentimiento dispuesto a morir bajo las sombras.
Este tormento es capaz de sobrevivir a la inmensidad de la noche, bajo aquel manto de sombras que se traga cualquier haz de luz, esperanza y alegría que otea los bancos de felicidad.
Quizás, la vida, sea solo eso. La supervivencia entre el amor y la desdicha de dos fuertes guerreros que luchan por llegar a parar esta guerra: El secreto de un corazón que late descocado debido a la seducción del amor o simplemente el secreto de la perdición de las sombras que envuelven a un corazón quebrado.