sábado, 27 de junio de 2015

Un pedazo de luna en el bolsillo



La luna continuaba en cuarto creciente, y Denna ya se había sentado al piano, atendiendo al silencioso pedido de Kyle.

-No quiero tocar el piano ahora, Kyle. Quiero saber lo que pasa en el mundo, lo que hablan aquí al lado, quienes somos realmente.

Kyle sonreía, quizás de la forma más bonita que jamás haya visto.

-Voy a morir-prosiguió Denna, con la esperanza de que sus palabras tuvieran sentido-. La muerte rozó hoy mi rostro con sus alas y llamará a mi puerta mañana o pasado mañana. Es preferible que no te acostumbres a escuchar un piano todas las noches.

>>Nadie puede acostumbrarse a nada, Kyle. Fíjate yo estaba volviendo a apreciar el sol, las montañas, y hasta aceptar los problemas; estaba incluso aceptando que la falta de sentido de la vida no era culpa de nadie más que de mi misma. Quería volver a sentir; a sentir odio y amor, desesperación y tedio, todas esas cosas sencillas y banales que forman parte de lo cotidiano y dan sabor a la existencia.

Se levantó, tocó cariñosamente el rostro del muchacho y se dirigió al refectorio. Denna dejó de tocar el piano por un instante y dirigió su mirada hacia la luna, afrontando esta el frío nocturno a millones de kilómetros pensando lo cerca y lejos que se siente de ella.

Volvió al piano. En sus últimos días de vida había plasmado finalmente su gran sueño: tocar con alma y corazón, como y cuanto quisiera. No tenía importancia que su único auditorio fuese un muchacho; él parecía entender la música, y era eso lo que importaba.

Porque la música la conducía hacia otro ámbito: la instaba a no pensar, a no reflexionar acerca de su entorno, y limitarse a ser. Denna se entregó, contempló la rosa, vio quién era, se gustó y lamentó haberse precipitado tanto.