Hay momentos en los que la soledad empaña los cristales de la esperanza,
y en los que ya no sé ni cómo soy capaz de gritar más alto.
Mi boca ya no dibuja aquella sonrisa dirigida al futuro, porque simplemente, no veo posible uno.
Hay veces que tengo ganas de echarme a llorar, bajo el abrazo del silencio y las sombras.
Cada lágrima derramada provocan en mi la liberación de esa furia retenida, rasgada, aplastante; que junto a la tristeza, una tan melódica como el suspiro del placer interno, forman la canción de mi alma.
Siendo la más esbelta, poderosa y estruendosa canción susurrada en aquellas noches de verano; donde la brisa revuelve los finos cabellos como pensamientos, y donde apenas el más perceptible lamento quepa lugar en este caos.
Simplemente existo, observo con incredulidad a esa gente que a primera vista parece tan feliz y a la vez tan ignorante, pero como sé a base de daños que en la mayoría no es puramente cierto, no es cierto aquello que suelen mostrar ante los demás. Convirtiéndose en una máscara que oculta el más miserable sentimiento verdadero, que son: los problemas en el que cada uno estamos ligados.
He escuchado cientos de veces que la ignorancia trae la felicidad, no siempre es así claro esta, algo sí que sé de ella: La felicidad es un estado pasajero de la locura.
Queriendo atraerla, haciendo oídos sordos para así no escuchar ni mis tormentosos pensamientos, lo consigo al sumergirme en las caricias de la música que libera todo mal que se precie en mi semblante.
Hoy, ahora, siento la necesidad de no saber, de ignorar, pues a veces mi mente se anula en su condición más filosófica negándose a girar entorno a un pensamiento que podría corromperse al paso de las horas.
He dudado tantas cosas, que realmente ya no sé que es lo que sé. y que es lo que creo saber.
He olvidado tantas veces que por primera vez siento que ignoro lo que es el saber.
Pero si es terriblemente cierto: Sonríe cuando estés triste porque más vale una triste sonrisa que la tristeza de no volver a sonreír.
