jueves, 13 de febrero de 2014

La oscuridad bajo una sonrisa angelical


Erase una chica bonita, menuda, aparentemente alegre y con una sonrisa preciosa pero con un deje de amargura si te parabas a mirar. No tenía padres, vivía sola, cosa que la comunidad no lograba entender pues no tenían ningún registro de su llegada ni de que existiera aquella casa tan derruida y devastadora. 
Sin más, la chica tenía un hobby, y era que siempre que podía iba y se compraba tres cajas de muñecas de barbie, las llevaba a su cuarto las cogía, las colocaba de tal manera que a cada una le arrancaba las estremidades de una forma diferente. Por ejemplo, a unas las pintaba de un color rojo sangre, a otras en una sarten para derretirlas, a otras con unas pinzas al rojo vivo antes de cometer su estrepitoso crimen. Las arrancaba con toda sutileza y las iba archivando por partes en un baúl secreto que tenía bajo su cama, pero lo que no sabía nadie era que tenía una puerta secreta; un sótano para ella sola donde cometía toda clase de atrocidades. ¿No os preguntáis por qué hacía esto con unas simples muñecas? ¿Era obsesión? ¿Amargura? ¿Locura? ¿Maquinación?  Sí, no era tan niña como se hacía ver, ella se hacía llamar Alma y no era una niñita sino una mujer con rasgos infantiles. Pero eso no es todo, por las noches se ponía su vestido rojo y se hacía con unas cuantas muchachas. 
Siempre su primera victima la degollaba y de la sangre de su cuello, se pintaba los labios y se relamía con la sangre la cara, como iba siempre descalza se manchaba las plantas de los pies de sangre. Lo peor no era eso, era que nunca podían identificarla, porque se le ocurrió limarse las huellas dactilares hasta desgastarlas tanto de pies como de manos.
Cogía a muchas de sus víctimas en parques infantiles a medio día cuando no había casi nadie, en callejones por la noche y usaba sus encantos y los dormía con cloroformo o a veces recurría a la violencia. Se los llevaba a su sótano y... los metía en una cápsula criogenita hasta que exhalaban su último aliento. 
A algunos los envolvía, a otros los rompía; incluso se le ocurría la descabellada manera de disecarlos como animales, volver a vestirlos y ponerlos en su casa como trofeos. A veces le daba por exhumar cuerpos e intentar reanimarlos. 
A las mujeres les arrancaba el cuero cabelludo o cogía sus rasgos para cambiar de aspecto.
Lo que no sabía su pueblo era que bajo esa máscara de niña buena se escondía lo más perverso jamás visto. Que andaba por las calles con sus aires tan misteriosos, sonrisa perturbadora.
La temían pero no lo mostraban, lo disimulaban. No la querían cerca, pero no podían hacer nada para echarla de allí sin pruebas, y no comprendían las desapariciones a extrañas horas de la noche.